Miguel de Unamuno refleja en su obra la angustia personal que lo aconteció durante toda su vida, tan propia de los existencialistas, y tan empeñado en hallar la inmortalidad a la que el hombre siempre aspiraría.
Desde luego, la filosofía de Unamuno huye de cualquier tipo de racionalismo o dogma, y opta por teñirse de la influencia existencialista y romántica de sus predecesores. Sus constantes incertidumbres y las eternas preguntas acerca del sentido vital desembocaron en su pánico a la nada, donde la muerte y el tiempo son la constante de una realidad que podía ser consolada si la presencia de Dios lograba dotarla de alguna clase de sentido.
Su
reivindicación de la poesía y el arte consistía en la defensa de poder
manifestar, afectiva y pasionalmente (no podía ser en él de otra manera), las inquietudes del hombre.
Como culto escritor, su crítica se dirigió siempre hacia aquella generación
que tan insatisfecho le mantuvo, generando una polémica profundamente
intelectual.
La Generación del 98 bebe de las corrientes
filosóficas del irracionalismo europeo, donde destacan los filósofos Nietzsche, Kierkegaard y Schopenhauer, tres pilares que contribuirán con su pensamiento en el drama filosófico propio de Unamuno. El pesimismo y la
resignación son hijos del movimiento romántico heredado y conducen a la exageración
neorromántica de lo individual, así como a la imitación de algunas de las
resonancias europeas actuales, con el intento de lograr una clara
reforma interna del país.
Del
sentimiento trágico de la vida en los hombre y en los pueblos,
en un primer momento bajo el rótulo Tratado
del amor de Dios, y más bien entendida como
un ensayo espiritual y subjetivo que intelectual o coherente, se consolidó como una de las
obras más sustanciales y características ofrecidas por el autor, exponente a su vez del claro pensamiento filosófico existencial ya mencionado.
Su aparición es paulatina y finalmente, en el año 1913 se publica como libro, adquiriendo
eco en toda Europa y en diversas lenguas (en alemán será traducida
en 1925).
Como el propio título ya suscita, la vida solo ofrece un sentimiento trágico, sentimiento ineludible por sobrepasar todo sosiego que pudiese otorgarle la razón. La búsqueda de Dios y la fuerza de la ética renacen constantemente a lo largo de su pensamiento plasmado en la obra. La vivencia humana nunca dejará de ser trágica por nacer en el alma humana,
una tragedia que la mortifica por momentos, pero que a su vez, la
agita y despierta, llenándola de vida, una vida que Unamuno se
resistía a abandonar como si de un absurdo se tratase, abrazando la inmortalidad como certera y salvífica.
"[...] la vida solo ofrece un sentimiento trágico, sentimiento ineludible por sobrepasar todo sosiego que pudiese otorgarle la razón [...]"
ResponderEliminarCurioso, sobre todo porque si lo único que puede ofrecer consuelo al hombre es el hallazgo de lo divino, ¿cómo sería posible dicho hallazgo sin la vida? Desafortunadamente, apenas conozco a Unamuno, pero no sé si sería posible aventurar que la vida, en apariencia sí, trágica, acaba pudiendo ser vista o entendida, en último término, no solo como una suerte de positividad situada únicamente por debajo del mismo Dios, sino incluso, antes aún, como la condición de posibilidad del mismo Dios, o, quizá mejor dicho, como la condición que nos posibilita a nosotros el acceso a Él. Al fin y al cabo, solo el sentimiento trágico que caracteriza a la vida nos impulsa (al menos sí a los de intelecto inquieto) a buscar una "salida", salida que, en el caso de nuestro pensador, adquiere tintes de excelencia suprema al recorrer el camino que lleva del valle de lágrimas que son nuestras vidas al reino celestial del ser Uno y Trino. Porque si la vida fuera disfrute y placer perpetuos doquiera fijásemos la vista, ¿qué nos motivaría a buscar "Algo-Más-Allá"?...
Sergio, gracias una vez más por tu comentario. Esta entrada está centrada en Unamuno en general, pero en su obra en particular, ''Del sentimiento trágico de la vida''. No se trata de una obra ordenada, no procura un texto coherente (si por coherente entendemos lo racional); más bien me imagino a un Unamuno frente a sus hojas plasmando sus sentimientos que no eran otros que los que culminaban en una angustia vital irremediable. Irremediable porque parece que esa tristeza, ese vacío, eran inherentes a todo ser humano. Además, su inspiración y sus libros de cabecera derivaban de muchos románticos y cómo no, muchos existencialistas, (Nietzsche fue uno de los más acogidos, yo diría, en la Generación del 98), por lo que terminaba adherido a una espiral de constantes preguntas y meditaciones sobre la vida, teñidas del dolor característico que acechaba a Unamuno. ¿Cómo no pensar en Dios? ¿Cómo no ver en Dios consuelo? Para mí, muy parecido a Pascal, la inmortalidad ansiada por nuestro Unamuno, garantizada por Dios, no era más (al menos, entre otras muchas cosas) que un modo maravilloso de escapar al absurdo de la existencia.
ResponderEliminarDesde luego hay muchas formas de interpretar a Nietzsche, pero sin duda una tiene que ser la "zaratústrica" aceptación de "lo negativo" de la vida precisamente como motor o impulso dado por la propia vida para vivirla. El superhombre no busca a Dios, porque no lo necesita. Se basta a sí mismo. Toda vez que comprende y asimila el hecho de que la vida tiene aspectos positivos (los cuales le mueven a actuar) y negativos (los cuales le mueven a actuar con mayor fuerza y celeridad), ¿para qué recurrir a Dios, castillo en el aire por antonomasia? Cada uno debe perseguir el propósito que crea oportuno haciendo de él y de su consecución el sentido de su vida, sentido singular e inimitable por los demás. Pero ese propósito, para valer algo, debe ser vital, no extravital. Pretender vivir solo para, después de morir, seguir "viviendo", solo que de otra manera, digamos, menos absurda o "más plena", es tan absurdo como aquella realidad de la que se quería escapar, porque incapacita para hacer nada en dicha realidad. Como digo, sin conocerlo como es debido, Unamuno me resulta demasiado negativo-pesimista. Lo negativo de la vida no le anima a actuar, sino, justamente, a buscar consuelo en Dios. Y la apelación a Dios es "divertida", "interesante" o incluso "desafiante" cuando sirve para actuar vitalmente, para luchar por la propia forma de ser y hacer valer la idea en la que uno cree. Pero es pueril cuando sirve para huir de la realidad siguiendo pensamientos del tipo "Qué mal va todo aquí, en este mundo absurdo y sin sentido. Señor, llévame pronto". Ese tipo de personas que abandonan las ruinas en lugar de levantarlas o superarlas inspirándose en ellas no transmiten confianza ni admiración, sino lástima (sin que ello excluya la posibilidad de que tal lástima sea "filosóficamente maravillosa").
EliminarEn efecto, Sergio, que el tinte pesimista y melancólico es característico de Unamuno; a mi modo de ver, una tristeza que reacciona ante la situación histórica que le toca vivir a él y a todos los de la Generación, tristeza traducida como ''malestar'' en sus obras. Pero, por otro lado, esa común angustia y melancolía resulta ser herencia de los románticos. Y los románticos, muy a menudo, han sido ''acusados'' de poseer un escaso o nulo estoicismo, incapaces de afrontar su existencia desde otra posición más férrea, invadidos por un pesimismo y angustia poco alentadores. Al margen de que esto sea discutible y de cómo muchos críticos y autores contemplen la densidad de la época decimonónica, es evidente que su sensibilidad (y esa típica huida de la razón) ha generado obras y pensadores maravillosos.
Eliminar